La comunicación verbal: tres formas de expresarnos

Resumen

Diferenciar los estilos de comunicación puede ayudarnos a conocer mejor cómo nos expresamos. Elegir un estilo asertivo, en lugar del agresivo o pasivo, puede facilitar la resolución de un conflicto y también acercar al otro a nuestro mundo interior.

Si hay algo que diferencia al ser humano frente a otras especies es la capacidad para hablar. Desde que somos pequeños se nos fomenta y enseña a hablar para poder comunicarnos. Sin embargo, apenas reparamos de adultos en la forma en la que lo hacemos, si va en sintonía con lo que realmente queremos decir, si representa lo que teníamos en mente y si transmite de forma fiel nuestro propósito.

En gran medida tiene que ver con nuestros patrones aprendidos desde la infancia, en la que tendemos a imitar y reproducir lo que nos dicen. Pero también ocurre porque no elegimos observar y detectar si lo que decimos nos representa. Vivimos con demasiada prisa y queremos y creemos que los que nos rodean saben o intuyen lo que queremos.

Existen tres estilos dentro de la comunicación en los que englobar nuestras formas de expresarnos. Imagina una línea continua: en los extremos encontramos los polos opuestos que se llaman comunicación agresiva y sumisa o pasiva. En el centro de esta línea se encuentra el ideal, llamada asertividad, al que debemos aspirar en la medida de lo posible (sin olvidar que todos son útiles y es importante aprender cuándo es adecuado ponerlos en marcha).

El estilo agresivo hace referencia a una forma de comunicarnos que prioriza lo que queremos decir, que no repara en cómo lo recibirá el otro. Suele tener un componente exigente, demandante, directo. Señala lo que quiere que se haga, lo expresa sin titubeos. Con frecuencia tiende a interrumpir o dejar de escuchar, ya que no suele tener demasiado en consideración al de enfrente.

A este estilo puede añadirse también el componente de la forma agresiva en la que se comunica, subiendo el tono de voz o incluso gritando, acelerar el ritmo hablando con rapidez, gesticular o hacer aspavientos con las manos, etc. Si además se acompaña de una conducta agresiva (empujar, agarrar, golpear…), la situación puede describirse como violenta.

En el polo contrario nos encontramos con el estilo sumiso o pasivo. Lo que lo caracteriza es una escasa tendencia a expresarse, principalmente sustentada en el miedo al conflicto que pueda provocar o en la percepción de incapacidad para poder argumentar correctamente. Procura participar poco e intenta pasar desapercibido. Interiormente hay un gran hervidero que no sale a la luz, generando un malestar emocional duradero.

A este estilo suele acompañarle una forma de hablar con tono bajo, poco contacto visual, nerviosismo que se aprecia en el enrojecimiento de la cara o sudoración de manos y una prevalencia de los silencios.

En la comunicación asertiva nos encontramos con lo mejor de ambos estilos descritos anteriormente. Mediante la asertividad vamos a ser capaces de expresar lo que necesitamos, queremos o sentimos, teniendo en cuenta y tratando de minimizar el impacto en el otro. No se rehúye el posible conflicto, sino que se evidencia y se busca una solución o petición alternativa para el futuro. Quien habla se expone y muestra de forma sincera y vulnerable, para así, ver de dónde partimos y cuál es el objetivo. Es decir, se trata de no poner el foco en lo negativo, sino plantear sugerencias para resolverlo.

Una persona asertiva escucha, sin interrumpir, y pide lo mismo en el otro cuando habla después. Es capaz de expresarse de forma segura y firme, hablando en primera persona, sin atacar ni exigir, pero sí dando su punto de vista, posicionándose. Busca mantener un ritmo tranquilo en la conversación y un tono sereno.

Debajo de cada estilo de comunicación hay unas emociones que condicionan nuestra manera de hablar. El estilo agresivo suele concentrar emociones como enfado, rabia, frustración o estrés. Detrás de ellas se parapeta para justificarse y no suavizar el modo en que expresa lo que necesita. Es decir, se deja desbordar por estas emociones y contamina al otro al transmitirlo así.

Por el contrario, en el estilo pasivo suelen aparecer emociones como el miedo, la inseguridad y la duda, que frenan la posibilidad de compartir más información. También puede ocurrir que aparezca el enfado, la desesperanza o el bloqueo y, con ellas, una necesidad de entender mejor lo que le ha ocurrido y reposarlo sin posicionarse demasiado. Silencian estas emociones propias para no afectar negativamente al exterior.

En el estilo asertivo pueden aparecer muchas emociones. La gran diferencia es que se atienden y, en la medida de lo posible, se expresan o canalizan a través de las palabras. Se habla de lo que se siente como manera de dar una explicación a nuestro argumento.

La asertividad puede chocar con los estilos agresivo y pasivo ejerciendo sensaciones diferentes. Ante alguien con discurso agresivo, la asertividad suele funcionar como un efecto rebote, ya que evidencia el descontrol emocional desde el que se expresa y tiende a culparnos por estar tranquilos. Cuanto más mantengamos esta actitud, más probable será que, poco a poco, la otra persona acabe calmando su enfado.

Cuando estamos frente a alguien con estilo pasivo, la asertividad puede ponerle nervioso, ya que evidencia la poca implicación que está teniendo en la conversación y se verá más forzado a posicionarse. También habrá que ser pacientes porque pueden no tener la habilidad suficiente, haberse restringido durante mucho tiempo o que sus emociones le bloqueen aún.

Conviene evidenciar que los estilo agresivo y pasivo suelen simultanearse y retroalimentarse, sin que por ello ninguno de los implicados acabe satisfecho. Alguien que se llena de razones frente a alguien que no le ofrece resistencia da como resultado una dinámica descompensada que tiende a perpetuarse en el tiempo, generando mayores fricciones a futuro.

Cuando hablamos de forma asertiva estamos poniendo atención e intención en lo que decimos. Elegimos mostrar aspectos de nosotros que pueden facilitar la resolución de un conflicto y también acercar al otro a nuestro mundo interior.

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