4 palabras para reflexionar: todo-siempre-nunca-nada

Resumen

Todo-siempre-nunca-nada: cuatro palabras que dan énfasis o simplifican nuestros pensamientos pero que, al generalizar, acaban por suponernos conflicto. Aprender a modificarlas, aclarando lo que queremos decir, nos ayudará a calmar tensiones y repartir responsabilidades.

La forma en que utilizamos las palabras puede afectar a nuestro estado de ánimo, a la actitud con la que afrontamos situaciones complicadas y a las relaciones que establecemos con nuestro entorno. Identificar la manera en que usamos ciertas palabras puede suponer la diferencia entre buscar soluciones o enrocarnos en nuestra postura.

He observado, en mis años de experiencia en terapia, cómo cuatro palabras cotidianas tienen un impacto tremendo en la forma en que percibimos aquello que decimos y se nos dice. Se trata de las palabras: todo-siempre-nunca-nada.

En principio sólo son cuatro palabras que entre ellas son contrarias. Significan la totalidad de algo o la ausencia o carencia de algo; en cualquier tiempo o en ninguna ocasión; y por tanto, son los extremos de unas realidades que nos encorsetan.

Estas cuatro palabras son sencillas y habituales en nuestro vocabulario. Las utilizamos indiscriminadamente para simplificar o sencillamente añadir énfasis a lo que decimos. Sin embargo, las cuatro tienen la fuerza suficiente para generalizar, extender a futuro o englobar el pasado de tal forma que nos hagan poner a la defensiva o que bajemos los brazos ante lo que parece inevitable.

Cuando en nuestro día a día hacemos mención a tareas que están pendientes o situaciones que nos desagradan, acabamos reprochando o victimizándonos. Nos escucharemos decir: “siempre soy yo quien tiene que ocuparse todo”, “nada de lo que hago es suficiente”, “nunca me escuchas cuando hablo”, “aquí todo el mundo va a lo suyo”, “siempre le das la vuelta a las cosas”, “nunca reconoces tus errores” …

Precisamente con esa última frase están relacionados muchos de los problemas de comunicación actuales. Tendemos más a señalar al de enfrente que a asumir nuestra responsabilidad en lo ocurrido. Y reconozcámoslo, nos vamos a equivocar. En muchas ocasiones sin intención de generar un daño o problema; y a pesar de ello, también ocurrirá.

No podemos cambiar una situación conflictiva sin asumir responsabilidades y éstas suelen ser de todos los integrantes, en mayor o menor medida. Si cada cual reconociese qué podría haber hecho algo distinto o mejor, suavizaríamos tensiones y veríamos un propósito de enmienda, que funciona como calmante de nuestras emociones intensificadas de ese instante.

El mayor problema de nuestras cuatro palabras para reflexionar es que engloban muchas situaciones pasadas y/o futuras. Cuando generalizamos dejamos fuera aquellas veces en las que sí hemos logrado el objetivo o, al menos, nos hemos acercado a él. Cada vez que quedan fuera de consideración esas veces en las que se aproximan a lo que queríamos ver o escuchar estamos alejando a la otra persona de seguir en ese camino: se pondrá a la defensiva.

Preferiblemente, expresarnos de forma asertiva, utilizando la primera persona para explicar al otro que se trata de nuestro punto de vista (y por tanto no de verdades universales o leyes no escritas), será la opción más adecuada. “Me gustaría que…” o “para mí es importante que te ocupases de…” van a orientar a la otra persona en la dirección correcta sin levantar suspicacias.

Pero si volvemos a nuestros ejemplos iniciales donde aparecen nuestras todo-siempre-nunca-nada, vamos a ver lo sencillo que sería adaptar nuestro lenguaje para expresar algo muy similar sin ser extremistas, negativos o pesimistas. El objetivo es ser conscientes de estas palabras y tratar de transformarlas en otras fórmulas que se ajusten mejor a la situación que estamos describiendo.

Por ese motivo, en una frase como “siempre soy yo quien tiene que ocuparse de todo”, vemos que incurrimos doblemente en estas palabras. Para poder cambiarlo tenemos que asumir nuestra responsabilidad y equilibrar el discurso. Una posibilidad sería decir “normalmente me encargo yo de pensar y hacer la compra de la semana”, concretando una tarea con la que me puedo estar sintiendo irritada. A continuación, lo ideal sería canalizar esa emoción expresándola en alto: “algo que me cansa, y además me molesta que cuestiones lo que he traído”; o bien podríamos tratar de movilizar al otro: “por eso estaría bien que, para futuras veces, nos sentemos juntos a hacer la lista”.

Victimizarnos cuando recibimos mucha presión, se nos han repetido mucho las cosas o tratar de evadir la responsabilidad para no tener que hacer cambios que nos comprometan, son algunos de los motivos por los que llevar a cabo esta estrategia. Sin embargo, a pesar del “alivio” de aplazar momentáneamente la tarea, lo cierto es que genera un impacto muy negativo en nuestra autoestima, ya que nos hace considerarnos incompetentes e inseguros. Por eso la frase de “nada de lo que hago es suficiente” podría transformarse en “necesito saber que observas y valoras el esfuerzo que hago en tener la casa recogida porque tiendo a ser descuidado”.

Como vemos, se trata de modificar los extremos absolutos de todo-siempre-nunca-nada por otros adverbios y expresiones más conciliadores, más realistas y que nos den margen al cambio, a la esperanza. Y también discriminar las veces que nos frustran porque algo aún o todavía no está logrado, de querer tirar la toalla o romper la baraja porque de nuevo (y no nunca) no ha salido como queríamos.

A lo mejor se trata de ver que es a menudo o incluso en esta ocasión (aunque se pueda parecer a otras) y no siempre, cuando ocurre;

o que en muy pocas ocasiones o rara vez sucede, y no nunca.

A lo mejor es que cargamos con mucho, y no con todo;

o que sentimos que se hace menos de lo que crees que se podría, y no nada.

A lo mejor es sólo que necesita más atención y descripción por nuestra parte.

Scroll al inicio