La importancia del contacto físico afectivo

Resumen

El contacto físico afectivo nos permite consolidar nuestras relaciones personales, acercándonos al otro y haciéndonos sentir seguros y en equilibrio. Este contacto puede ir cambiando según el momento evolutivo en el que estemos, aunque es esencial que esté presente para ayudarnos a regularnos emocionalmente.

Desde que somos bebés, la necesidad de recibir contacto físico es fundamental en nuestro crecimiento y desarrollo emocional. Ya en el vientre materno, entorno a las 7-8 semanas, comienza a desarrollarse el tacto y unas semanas después, se observa cómo reaccionan a la estimulación que se ofrece a través de la tripa.

Nada más dar a luz, el piel con piel con el progenitor forja el vínculo y calma al recién nacido, identificándole, además, a través del olfato, otro de los sentidos más primitivos. Entrar en contacto con unos brazos que acogen y un corazón palpitante serena al bebé y, a su vez, arraiga el vínculo entre esa figura adulta y el recién llegado al mundo.

En los primeros meses de vida, hasta lograr el sentido de la vista pleno, el tacto le permite descubrir el mundo de una forma diferente. En esta fase, es especialmente importante la boca, ya que la utilizan como herramienta para detectar formas y texturas. Por este motivo podemos ver a muchos bebés llevarse todo a la boca, ya que es su modo de explorar el mundo.

Cuando vamos creciendo, mecer en los brazos, hacer cosquillitas o dar caricias y besos se convierten en una fuente de amor y seguridad. Con estos gestos ofrecemos afecto y atención de forma no verbal.

Además, el contacto físico afectivo ayuda también al sistema nervioso autónomo, mejorando funciones como la regulación de la frecuencia cardíaca, una mayor estabilidad respiratoria y mayor tolerancia al estrés. Por eso no es de extrañar que, cuando un niño llora, ser abrazado sea la forma más rápida y eficaz de calmarle y hacerle sentir seguro para regular sus emociones.

Que los bebés reciban este contacto físico es especialmente importante para afianzar el apego. Se trata del vínculo inicial que se establece con las figuras de referencia del bebé, las cuales darán seguridad, cariño y protección en los primeros años de vida.

Para garantizar este apego seguro y que sus relaciones futuras sean sanas, fomentando la empatía y la sociabilidad, será esencial dar caricias, sostener en los brazos y acudir cuando lloran.

Con el paso de los años, los niños deberán crecer en autonomía, por lo que estas atenciones y cuidados tendrán que cambiar junto a ellos. Todos los niños y niñas seguirán necesitando besos y abrazos de sus progenitores, tanto como muestra de cariño, como señal de seguridad y apoyo. Lo que irá modificándose es la cantidad de participación de los progenitores sobre el comportamiento del menor, dejándole más libertad para la exploración.

Cuando empieza la socialización con iguales o llega un hermano o hermana a la familia, también surge una nueva forma de interactuar. Puede haber caricias y besos o tirones y empujones. Puede darse un contacto afectivo suave y cariñoso o brusco y violento. Estas primeras reacciones son naturales para aprender a regularse y nos indican cómo está viviendo el pequeño esta nueva circunstancia: agradable, tensa, desconfiada, molesta, temerosa… Es necesario identificar, como adultos, de qué emoción se trata, poniéndole nombre y ayudándole a modificar la conducta incorrecta, encaminándole hacia un comportamiento más adaptado a la situación. Es posible que lleve un tiempo, pero acabará entendiendo lo que hace y siente cuando tenga más ejemplos en su día a día.

Al llegar la preadolescencia y los cambios físicos hormonales propios de esta época, el contacto físico puede despertar recelo, incomodidad o incluso rechazo. Pueden no reconocer su cuerpo, no gustarse o verse expuestos de una forma que no les gusta. Lo fundamental en esta fase es acompañar, ayudarles a que expresen lo que les preocupa o sienten y seguir ofreciéndoles cariño, ya sea a través de abrazos y besos o, ir poco a poco, orientándonos hacia lo verbal, hasta que estén más preparados para aceptar nuestro acercamiento físico de nuevo.

Durante la adolescencia y adultez temprana, ese contacto físico será algo que elijan por ellos mismos, siendo el grupo de iguales el que suelen escoger como fuente principal de afecto. No significa que los progenitores ya no puedan dar esos abrazos o caricias, sino que probablemente escojan a otras personas para dárselo. Estar accesibles y predispuestos a darlo les recordará que sus figuras de apego siguen cerca cuando lo necesiten.

Ya en la etapa adulta, el contacto físico puede tener múltiples funciones o propósitos. La principal seguirá siendo la muestra de afecto e interés emocional hacia el otro. Sin embargo, también pueden transmitir intenciones agresivas, defensivas y sexuales.

El toque insistente de alguien que no conocemos, mientras habla, puede ponernos nerviosos y tensos. Un empujón de una persona en una discusión puede enfadarnos y ponernos a la defensiva. Una caricia suave en la cara de alguien que estamos conociendo, por quien sentimos interés, puede ruborizarnos y ponernos nerviosos.

El contacto físico nos habla de cómo es la persona que tenemos delante, ya que nos da información sobre cómo se comporta; pero también nos dice cómo es nuestra manera de reaccionar a ese gesto. Por eso, cuando se trata de un contacto afectivo con alguien a quien queremos, reforzamos el vínculo, nuestra confianza y seguridad. Nos traslada cercanía, propósito y cuidado.

Cuando durante la pandemia tuvimos que mantenernos a distancia e incluso confinados, la carencia afectiva se evidenció y nos recordó la importancia de expresar, a través del tacto, nuestras emociones hacia los demás. A veces nos cuesta poner palabras a lo que un abrazo o caricia expresa, siendo más reconfortante y eficaz. Tan sólo tenemos que asegurarnos que ese contacto afectivo es bien entendido y aceptado por el otro para que cumpla con la intención deseada.

Poder ofrecer una muestra de contacto físico afectivo indica que nos sentimos seguros con esa persona. Nos mostramos vulnerables e indicamos nuestro cariño e interés. Ser capaces de sostener un abrazo durante 7 segundos con alguien a quien queremos afianzará nuestra relación con esa persona, bajará nuestras defensas y regulará nuestras emociones.

Aceptar y valorar el contacto físico que recibimos significa apreciar las relaciones que hemos construido. Intentemos poner más atención al cariño que damos y recibimos de forma no verbal y fomentemos un contacto más estrecho. El efecto físico no sólo está reservado para los niños, los adultos necesitamos sentirnos queridos y cuidados también.

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