Resumen
Pensar, sentir y actuar forman parte de un repertorio de respuesta que nos prepara para entender cada situación y dar el mejor resultado ante situaciones cotidianas o conflictivas.
Estamos acostumbrados a mirar y analizar lo que hacemos. Interpretamos qué ha dicho o hecho cada uno, sobre todo el de enfrente. Predomina el hacer frente a la reflexión y la pausa. Sin embargo, existe un mundo interior dentro de cada uno que se escapa a lo que la vista alcanza habitualmente.
Cada vez que sucede algo a nuestro alrededor se activan de manera automática tres respuestas: la conducta, el pensamiento y la emoción. Las dos últimas forman parte de nuestro mundo interno y, por ello, sólo si elegimos compartirlas no quedan silenciadas. Eso no significa que no sean en muchas ocasiones el motor real de nuestro comportamiento o que no tengan la misma relevancia.
Te planteo lo siguiente. Imagina que estás en la cola del supermercado y la persona que tienes delante está distraída con su móvil sin ver que la cola ya ha avanzado bastante y tiene que moverse. Puede que te irrite ya que tienes prisa y vas cargando lo que vas a comprar; puede que pienses que debería estar atento a lo que hace y no a sus redes sociales; o puede que le digas que por favor avance, que hay mucha gente esperando.
Las tres respuestas son válidas. Cualquiera de ellas nos informa de cómo procesamos lo que está sucediendo. De hecho, si te fijas, las tres están relacionadas entre sí. Una hace más probable que se active la otra hasta llevarnos a la acción. Si identificamos qué hemos sentido y pensado nos será más sencillo dar una respuesta coherente y meditada a esa situación.
Me gusta representar este triple sistema de respuesta con el diagrama de un triángulo. Cada vértice corresponde a cada uno de los elementos con los que respondemos. Están conectados y se retroalimentan, dando solidez a nuestra forma de ser.
Para identificar qué vértice de este triángulo es el predominante en ti bastaría que contestes estas preguntas. ¿Sueles quedarte a menudo dando muchas vueltas a las cosas, a las consecuencias que han tenido, a cómo te hubiese gustado que saliese? ¿Te encuentras a menudo sobrepasado, afectado emocionalmente, sintiendo con intensidad las consecuencias de las situaciones? ¿Te cuesta reflexionar y detenerte unos segundos antes de actuar, sientes el impulso de decir o hacer ciertas cosas? Puede que hayas tenido claro un sí…pero también puede que hayas contestado sí a todas ellas. No somos rígidos, por eso probablemente se solapen o entremezclen varias de ellas.
Normalmente tenemos una respuesta más activada que las otras. Hay personas racionales que lo procesan a nivel mental y sacan lecturas diferentes a través del pensamiento. Hay otras personas de acción, que se mueven preferentemente por el impulso de hacer, de mostrar, de seguir adelante. Y también hay personas sensibles, que analizan la situación en base al impacto emocional que tienen. Todas son compatibles y nos pueden ayudar a adaptarnos lo mejor posible.
Si analizamos estas respuestas podemos darnos cuenta cuál de ellas asume el mando de lo que decidiremos. En ocasiones puede haber discrepancias entre lo que pensamos y sentimos y lo que acabamos haciendo. Puede ser muestra del conflicto que atravesamos aún o parte del análisis necesario para solucionarlo.
Veámoslo a través de un ejemplo. Si alguien bloquea el lado izquierdo de subida de unas escaleras mecánicas (que es el lugar por el que caminar de forma rápida frente a los que prefieren que la maquinaria haga su trabajo llevándole al piso superior) puede molestarte o incluso enfadarte, puedes pensar que esa persona no tiene prisa o que no sabe este código implícito. Si nos dejásemos llevar por este análisis podríamos llegar a hablar de forma brusca o intentar abrirnos paso moviendo con la mano a esa persona hacia la derecha o incluso resoplar hasta que se diese cuenta.
Necesitamos entonces comprender lo que nos está sucediendo, escuchar lo que necesitamos y, con toda esa información, transformarlo en un mensaje y acción que nos lleve a solucionar esa situación. Pedir educadamente a esa persona que nos deje pasar nos evitará conflictos futuros y habremos garantizado una mejor comprensión de quiénes somos, sin caer en la impulsividad o en pensar únicamente en nosotros.
Si dentro de este triángulo hay un vértice más fiable y menos condicionado por nuestras posibles distorsiones es el de la emoción. Las emociones se activan sin que podamos mediar en ellas. Nos dan una lectura de qué sensaciones nos provoca algo sin poder influir en ellas.
El vértice de la conducta, por el contrario, será el que mejor nos saque de nuestro mundo interior en momentos de mayor bloqueo. Cuando le damos muchas vueltas a lo que nos preocupa (pensamiento) y el miedo frena toda idea de enfrentarnos a ello (emoción), la conducta puede ser nuestra mejor aliada para dar un primer paso y que el triángulo se reajuste de nuevo.
El vértice del pensamiento podrá afectarte de diferente forma en función de si son positivos o negativos. El problema reside en que a menudo no somos capaces de discriminar su impacto hasta ver qué efecto emocional tiene sobre nosotros.
Conocer qué se activa predominantemente en cada uno nos da pistas sobre nuestra personalidad y también sobre cómo se nos va a ver en el exterior. Que exista coherencia entre estas tres formas de responder es fundamental para conservar una buena autoestima y sentirnos satisfechos y tranquilos.
Pensar, sentir y actuar son nuestras respuestas para entender y adaptarnos a cada situación para vivir de forma coherente.
Laura Villanueva
Laura Villanueva