La paciencia

Resumen

Tener paciencia es optar por la calma y el análisis ante una situación desagradable. Es priorizar la templanza y la reflexión mientras asumimos nuestra responsabilidad en lo que está por venir.

En los momentos de incertidumbre, cambio o nerviosismo hacemos alusión a la importancia de mantener esta capacidad para sostenernos en pie. La paciencia, coloquialmente llamada también “la madre de la ciencia”, es la habilidad para soportar algo sin que nos altere en exceso.

Cuando la situación que atravesamos nos resulta exigente, apremiante o desestabilizante, la tentación es a salir de ahí cuanto antes. Buscamos escapar y huir de aquello que nos incomoda. Es un mecanismo de defensa lógico y programado para evitarnos sufrimiento. Sin embargo, hay ocasiones en que debemos esperar hasta tener mayor claridad del lugar hacia el que dirigirnos.

A través de la paciencia se toleran las adversidades esperando el momento oportuno para actuar con calma y análisis. La paciencia implica vivir el presente con serenidad y aceptación. Es una virtud que se entrena y pone en práctica en los momentos que pueden parecernos más inoportunos o desagradables.

Asumir el sufrimiento es la parte más complicada inicialmente en el entrenamiento de la paciencia. Aceptar que ese malestar va a formar parte de nosotros durante un tiempo indefinido requiere de un trabajo personal importante de identificación y comprensión de nuestras propias emociones.

Cuando vivimos una situación de crisis vital, de espera sin tiempo concreto de cierre, de estrés o frustración apelamos a esta habilidad para contrarrestar el malestar que sentimos. La paciencia nos permite mantener la calma para poder tomar decisiones acertadas y frenar el impulso de actuar sin reflexión.

Si estamos a la espera de una nota de un examen o resultado médico, convalecientes tras una intervención quirúrgica, en la temporada alta de nuestro trabajo o haciendo tiempo para que el técnico nos soluciones una avería, nos veremos obligados a utilizar esta habilidad a la mayor brevedad posible.

Buscar la calma en medio de la tormenta es un reto. Por eso requiere de una fuerte determinación anclarnos a la pausa, elegir mantener la serenidad. No es sorprendente entonces que una de las primeras acciones que podemos llevar a cabo sea la respiración consciente.

Una respiración lenta, profunda y sosegada va a indicarle al cuerpo el mensaje de calma que estamos buscando. Cuando nuestra respiración es calmada, nuestro pensamiento se frena, deja de mandarnos señales de alerta y motivos para seguir activados. Si física y mentalmente te sientes tranquilo no necesitarás pasar a la acción. De esta forma impedimos que una conducta impulsiva salga al exterior (puedes leer más información sobre el triple sistema de respuesta aquí).

Otro elemento que puedes poner en práctica de forma sencilla para potenciar tu paciencia es hacer tareas cotidianas bajando la velocidad con la que las llevas a cabo. Tendemos a movernos rápidamente, como si llevásemos prisa, lo que manda la señal a nuestro cerebro de que estamos ante una urgencia. Así, la mente se activa y nos mantiene en una alerta que muchas veces es innecesaria. Tomar conciencia de que podemos recoger la ropa tendida o regar las plantas de forma más tranquila puede afectar a tu estabilidad.

Es necesario también poner distancia del conflicto emergente. Solemos engancharnos con ideas negativas futuras de lo que puede llegar a ocurrir. Nuestra mente puede conectar unos pensamientos con otros de forma acelerada y caótica, volviendo a agitar nuestra respiración y transmitiéndonos una sensación de fatalismo que nos angustie.

A veces podemos alejarnos de la fuente de malestar físicamente para evitar que sirva de recordatorio constante. Otras veces la preocupación es mental y es más complicado hacer ese ejercicio de alejarnos, pero lo podemos hacer poniendo nuestra atención sobre tareas más cotidianas que requieran un esfuerzo menor, pero ayuden a distraernos.

Es útil que identifiques aquellos elementos de tu vida que te irritan o hacen saltar. Pueden ser excepcionales porque aparezcan pocas veces, pero con mucha intensidad; pero también puede haber algunos que sean muy habituales, aunque menos desestabilizantes, y sigues dejando que te alteren.

Haz una lista con ellos y escribe a continuación cuál suele ser tu respuesta habitual. ¿Resoplas? ¿Pones los ojos en blanco? ¿Levantas el tono de voz? ¿Haces algún comentario sarcástico? Observa y evalúa qué te parece esa forma de actuar. Busca después una alternativa más paciente y asertiva y trata de ponerla en práctica la próxima vez que se presente esa situación.

En resumen, puedes mejorar la paciencia:

  • Respirando lenta y profundamente.
  • Bajando la velocidad con la que llevas a cabo una actividad (eliminando la prisa).
  • Poniendo distancia del conflicto/malestar principal.
  • Identificando las situaciones que te alteran y cambiando tu forma de reaccionar en ellas, de una en una.
  • No exigiéndote por lo que no puedes controlar.
  • Observando y valorando los pequeños avances o mejorías cuando lleguen.

Entrenar la paciencia no es quedarnos quietos, sino enfocarnos en entender lo que nos sucede, comprender que nuestro control sobre la situación en ese momento puede ser escaso y requiere de nosotros la entereza para esperar activamente, buscando elementos de nuestro entorno que nos lo hagan más llevadero.

Conseguir tener paciencia nos ayudará a disfrutar del presente, tolerar la frustración, controlar el impulso, aprender a manejar los conflictos y tener mayor determinación sobre nuestra conducta.

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